c) La necesidad de fantasía y su manejo
Antes de la invención de la fotografía, del cine y de la televisión, la inmensa mayoría de la población mundial, que casi nunca salía de su estrecho ámbito geográfico, sólo podía acceder a la información sobre el resto del mundo en forma oral, escrita o dibujada. Esa información, a menudo de tercera mano, solía insistir en los aspectos más fantasiosos al describir hombres, costumbres y tierras lejanas. Aunque el acceso a los medios visuales masivos de comunicación permiten conocer ahora en forma más rápida y a veces instantánea lo que acontece en cualquier lugar del mundo, aunque todos saben ahora que los seres humanos de todas partes, aun las más remotas, tienen la misma configuración física, cabe preguntarse si este hecho ha eliminado totalmente la distorsión que imponía el anterior aislamiento. En un contexto social sumergido por la información cotidiana, que parecería acercar el conocimiento mutuo y un mayor discernimiento en el juicio acerca de los hombres que son nuestros contemporáneos, es fácil comprobar, por el contrario, que la mayoría de la gente tiende a establecer una escala de identidades que no responden a una comprensión ajustada a la realidad. Las innegables necesidades de fantasía y asombro de otras épocas era servidas por grabados que mostraban horribles monstruos marino capaces de devorar barcos enteros o indígenas americanos con el rostro en el pecho. Hoy han sido suplantadas por naves espaciales capaces de aniquilar ciudades enteras y por seres extraterrestres verdes y con ojos fosforecentes. Pero junto a ese mundo fantástico, junto a las historias que nos cuentan las películas y cuyas anécdotas emocionan o divierten, junto a los héroes y villanos, existe una enorme serie de sub-datos que, junto con los principales -y tal vez más por su carácter no directamente impuestos- ejercen una enorme influencia subconsciente. La actividad ejercida por los protagonistas, su apariencia física, el medio en que se mueven, los objetivos que los guían y hasta la ropa que usan, más el contexto social, el lujo que a menudo rodea sus aventuras cinematográficas, son todos elementos que, justamente por figurar en un segundo plano, dejan una huella mucho más profunda de lo que pueda advertirse a simple vista y de las que el espectador es pocas veces consciente, atento al desarrollo de la anécdota. La idea que un espectador medio tiene acerca de cómo son y cómo actúan una multitud de tipos humanos, está conformada, no por una experiencia directa o personal, sino, poco a poco, por la imagen que de ellos presenta la pantalla. La mayoría de los espectadores jamás ha frecuentado hombres de ciencia o millonarios, exploradores o actrices, ladrones o agentes secretos, pero la imagen que de ellos recibe va configurando un seudoconocimiento que hace de ellos ejemplos distorsionados de la realidad. Más aun, el concepto que mucha gente se hace acerca de aspectos elementales de la vida de cada uno, como el amor o la conducta de los enamorados, pued gestarse en la visión -y asimilación- de decenas y decenas de romances prefabricados por guionistas y directores que procuran el mayor entretenimiento posible a sus historias, aunque éstas guarden poca o ninguna relación con la realidad. Estas presentan, además, protagonistas cuyo atractivo físico, desenvoltura, ostentación, y hasta capacidad erótica, establecen modelos difíciles de reconocer en la mujer y el hombre comunes. Así, las cifras que hablan de millones de espectadores de la más variada composición geográfica y social pasan del concepto abstracto a una verificación concreta: son millones de espectadores cada uno de los cuales tiene una lengua, tradiciones, religión, ideas y conflictos muy determinados y que absorven periódicamente modelos originados en centros de cultura y vida social que, en la mayoría de los casos, difiere radicalmente de la suya propia. Su experiencia personal sigue generalmente limitada a un contorno reducido, su experiencia cinematográfica le presentará, en cambio un mundo multifacético pero condicionado, cuyas imágenes se consideren las más convenientes por distintas razones: las más atractivas por razones comerciales; las más virtuosas por razones sociales y las más conformistas o virulentas, por razones políticas. Capítulo extraído de: El cine: Cara y Ceca Simón Feldman (1984)
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CP.- Ahora que dice esto recuerdo la impresión, la sensación profunda que me causó aquello del pato y el ganso caseros que han perdido el uso de sus alas, y cuando sus hermanos salvajes les gritan desde el cielo ellos sólo pueden responder corriendo y aleteando sin poder alzar el vuelo. Sus alas ya son muñones... Creo que usted ahí ha elevado un símbolo perfecto de muchas cosas.
LF.- Sí, sí, qué advertencia para el hombre. En Nuestro padre el árbol insisto sobre el arte del vuelo vivo inventado un día por las aves. Déjeme que le lea el párrafo pertinente: "El pájaro despertó al hombre de su casi letargo y le insufló un sueño nuevo. El es el viento en persona tomando forma corpórea para proponer una nueva dimensión al álamo y demás gigantes de la familia para expresar una delicia más augusta del ser". "Con la perfección aerodinámica de su forma y su envión de proyectil, el ave se burla de la manzana de Newton, digo de la gravitación universal. ¿Qué el árbol y la llama también tienden a lo alto? Sí, pero ninguno se desprende de la tierra. El vuelo es la materia alzándose por encima de sí misma. Se me dirá que el hombre ha puesto sus talones sobre la luna. Sí, pero lo que vuela por él es un tubo neumático en que va encarcelado. La del pájaro es la libertad con alas, la cosa grande si la hay sobre la tierra". Conversaciones con Luis Franco Carlos Penelas (Ed. Fransisco Coubert y Ediciones de Poesía) / (Buenos Aires, 1978) Luis Franco
Con su pequeño sol y sus pequeñas sombras el día es un mero detalle de la Noche; ella abierta de par en par a la totalidad sin nombre. Hay otro movimiento que el de las faunas y las floras o el todavía angosto de la tierra: o el de la Noche sin fin como el ser en persona. Hay su silencio religioso traducido impíamente por el silencio de los templos. Su frescura más honda y anterior a la del alba. Su melancolía cómplice del ser y su misterio para quien lo llamado vida y lo llamado muerte son nada más que el ritmo del inmortal Aliento. La Noche con su carga de pasión y de enigma, con su escape vertiginoso vestido de sosiego, y su sensualidad de tan alta deviniendo espíritu y su remota blancura bajando en ángel sobre nuestros sueños. Con su latido y su respiro nacen las estrellas para crecer y menguar y morir devoradas por sus propias compañeras de ayer, o resucitar al tercer billón de siglos, tal vez. (La tiniebla cósmica es más fértil que todos los limos de la tierra y el edén.) Con voluntad de armonía y hermosura, en apasionada danza, van por sus senderos de álgebra y de música, escondiendo con trémulo purpúreo pudor su secreto de estrellas detrás de cortinas de luz. (El terror de la luz es más insondable que el de las tinieblas.) Silencio constelado de la Noche hecho adrede para la develadora inmersión del alma en sí misma. Iluminación de la Noche, hecha menos para la vista distraída o el pensamiento vigilante, que dirigida al alma, porque aunque no lo sepamos los sideral desemboca en la ribera humana. Oh cielo, casi domesticado por la contemplación de galaxias de hombres desde sus opacos caminos con temerosa y asombrada curiosidad insomne. ¿Qué me importa que derrotando nuestra fantasía más frenética una estrella vecina esté a varios años de luz viajera? Ahí está el alma, contagiada por las estrellas, tendiendo a su mayor dilatación. ¿No alzaron hasta su altura el dintel de la conciencia? Fomentaron sin hito la receptividad del hombre y al par su vanagloria de libélula dándole su compañía, su populosa compañía de estrellas. Ahí están con la voluptuosidad y santidad de sus desnudeces supremas: todas, desde la Vía Láctea, madre de la blancura primera, hasta el rojo y salvaje Aldebarán cuya mirada al fin nos llega a través de una ciega pesadilla de distancias y tinieblas. Crearon ellas la poesía de los dioses y el hombre. Poesía austera que apacigua nuestro tumulto no por ensueño o somnolencia sino por ensanchamiento sobre cualquier límite. ¿Qué sería del hombre sin vosotros, estrellas? ¡Pero que confusión en la Noche sin los ojos estrelleros del hombre! Leopoldo Torre Nilsson
Viciar de discusiones o artículos con frases hechas, parece ser una de las tristezas que esta época se asigna. Apenas alguien postula lo innecesario de los mensajes en las obras de arte, se lo acusa de preciosista o gratuito, como si entre la gratuidad y el compromiso no existiera un matiz mucho más importante que es honestidad o autenticidad. Un creador puede darle espaldas a la realidad sólo aparentemente, no sé hasta qué punto se le puede dar espaldas a la realidad, no sé hasta qué punto la realidad no nos avasalla aunque le demos la espalda: lo más probable es que el que consigue darnos una impresión de falsa realidad es porque no es sino un mistificador o un artesano y un artesano podrá ponerse de espaldas, de frente o de perfil; siempre será un reproductor o un falsario al servicio de intereses ocasionales. Los hombres no asistimos a una representación donde otros hombres juegan a algo parecido a la vida, sino que, querramos o no, estamos metidos con piernas, pelos y uñas en un juego terrible que se parece a lo que otras generaciones llaman vida; aunque nos encerremos en un gabinete a leer a Plotino, o compartamos la histeria del ávido dólar, siempre sentiremos cómo se nos agrietan los poros y se nos resquebrajan los huesos. El problema no es mensaje o gratuidad; el problema es autenticidad. No ponernos de espaldas o de frente, sino testimoniar nuestra experiencia. ¿Que nuestra experiencia puede ser falsa o intrascendente?, eso escapa a nuestro poder, aunque moralmente ya estemos salvados, y no es poca cosa salir con las manos limpias de este, muchas veces sucio negocio que es vivir. Estamos inconscientemente comprometidos con nuestra época y lo más honesto es despojarnos de todo apriorismo cultural o anecdótico o moral; quizá empezar desde el existir que ya, pese a nosotros mismos, involucra una cantidad de limitaciones -apetitos y cansancios- que subjetivan suficientemente nuestro testimonio. El cine desde hace casi sesenta años viene contando cosas con irregular objetividad y si como documento le falta hondura no podemos negar en cambio que ha sabido ser testigo de algunos ambientes -Griffith, Eisenstein, René Clair- y retrato de algún memorable tipo -Carlitos-. Sus éxitos no involucran los ardorosos y pueriles alegatos antinazi o anticomunista, según los intereses del momento, o los anti-racistas o pro clase media con heroísmo de personaje de novelas por entregas de Capra, para no hablar de las doradas novelitas rosa de los últimos decepcionantes films rusos. Y no es que el cine no sea un artículo apropiado para la publicidad, lo es, y en enorme y peligrosa medida, más que los luminosos en las calles y los carteles en los subterráneos, sino porque a nadie se le ha ocurrido darle jerarquía artística a la publicidad. La demostración nunca sirve para el conocimiento porque siempre necesita fundarse en algo anterior igualmente demostrable; el conocimiento es siempre finalmente sensorial. El cine debe ser utilizado para mostrar -esa es su arma más poderosa- siempre que sea en forma de síntesis, sino corremos el riesgo de ser tan farrangosos y desordenados como la vida misma. Y no le tengamos miedo a la invención: nunca iremos demasiado lejos. (En Gente de Cine, N°25, agosto-septiembre 1953) del libro: Torre Nilsson por Torre Nilsson selección y prólogo de Jorge Miguel Cosuelo. Vida, vida
Arseni Tarkovsky 1 No creo en el presentir, ni temo a las señales. No huyo del veneno, ni de la calumnia. En este mundo no hay muerte. Todos son inmortales, todo es inmortal. No temas a la muerte ni a los diecisiete, ni a los setenta. Existe sólo la luz y la realidad. No hay ni la oscuridad, ni la muerte en este mundo. Estamos todos en la costa del mar. Yo soy de los que van sacando redes repletas, llenas de inmortalidad. 2 Morad en su casa para que no se derrumbe. Puedo invocar un siglo cualquiera, voy a entrar en él para construir una casa. Es por eso que sus hijos y mujeres están conmigo en la misma mesa y la mesa es del bisabuelo y del nieto. El futuro se realiza hoy, y si levanto ahora mi mano los cinco rayos con ustedes quedarán. Cada día del pasado fue entibado a fuerza de mis clavículas y hombros. Medí el tiempo con una cadena del agrimensor y lo atravesé como si fuesen los Urales. 3 Elegí el siglo a mi altura. Fuimos al sur, levantando polvaredas sobre la estepa; las hierbas malas humeaban, el saltamontes retozaba, tocando las herraduras con su bigote y profetizaba, y, como monje, me amenazaba con la muerte. Até mi destino a la silla de montar, también hoy, en tiempos venideros, me levanto cual niño en los estribos. Me basta con mi inmortalidad, para que mi sangre fluya de siglo en siglo. Por un rincón fiel del calor bien conservado pagaría con mi vida obstinada, mas su aguja voladiza me lleva por el mundo, como el hilo de Ariadna. traducción: Enrique Turover Bien sabes -te lo he dicho, viejo amigo, padre
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